04 mayo 2009

Título: Gran Guerra Patria: “para que hubiera vida sobre la Tierra”


Helena Ramos
RUSANICA
Vicepresidente

La Gran Guerra Patria es uno de los componentes –y se podría decir que el componente principal– del evento más trágico del siglo XX: la II Guerra Mundial. Esta última empezó oficialmente en septiembre de 1939; podemos hablar de un inicio “oficial” porque de hecho las hostilidades comenzaron antes: en marzo de 1938 Alemania nazi anexó Austria; en marzo de 1939 invadió Checoslovaquia. El primero de septiembre del mismo año le llegó el turno a Polonia; el 3 de septiembre Francia y Gran Bretaña le declararon la guerra a Alemania pero no se apresuraron para combatir en serio. Estaban intercambiando disparos como por no dejar, y el 6 de octubre cayó el último fuerte de la resistencia polaca. Después la guerra siguió expandiéndose como un incendio forestal y en 1941 se convirtió en una conflagración mundial. En total, tomaron parte en ella 61 países.

En la madrugada del 22 de junio de 1941 las tropas nazis atacaron las fronteras de
la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Aquella guerra costó a la URSS 27 millones de vidas, y la mayoría de las víctimas no fueron militares sino la población civil. En las distintas etapas de la guerra en el Frente Oriental –o sea, germano-soviético– se concentraban hasta 13 millones de combatientes de ambos bandos; había entre 84 mil y 163 mil cañones, y entre 6,5 mil y 18,8 mil aviones.


Según las películas de Hollywood, la parte más importante de la II Guerra Mundial le corresponde a los Estados Unidos, pero las cifras demuestran con meridiana claridad cuál de los frentes fue el más importante. Las fuerzas anglo-americanas derrotaron 176 divisiones alemanas, en su mayoría en la etapa final de la guerra, mientras el Ejército Rojo y la Naval soviética derrotaron 607 divisiones. En contra del Ejército Rojo luchaban al mismo tiempo entre 190 y 270 divisiones de las más selectas, mientras los aliados enfrentaban en África entre 9 y 26 divisiones; en Italia, entre 7 y 26 y en Europa Occidental, entre 56 y 75. El 72% de muertos, prisioneros y heridos del Ejército alemán corresponden precisamente al Frente Oriental. El 30% de las pérdidas de las Fuerzas Armadas del Japón también fueron inflingidas por el Ejército Rojo.


“Oh gran país, levántate…”


El líder nazi Adolfo Hitler aspiraba vencer la URSS en unos dos meses, y tenemos que admitir que al comienzo su plan parecía funcionar. Las primeras semanas de la guerra fueron desastrosas para el Ejército Rojo; las tropas retrocedían pero luchando por cada palmo de su tierra. La gente estaba clara de que no era cualquier guerra sino la Gran Guerra Patria. Una canción escrita por el letrista Vasili Lébedev-Kumach (1898-1949) y el compositor Alexandr Alexándrov (1883-1946) clamaba: “Oh gran país, levántate a una lid mortal”. Y el país entero se levantó en una guerra popular, una guerra sagrada. Ahora está de moda afirmar que fue el General Frío quien venció a los alemanes porque en invierno de 1941-42 tuvieron que enfrentarse a unas heladas extremas, de 40 grados bajo cero, y “no estaban preparados”. Sin embargo, el mero hecho de tener que contender durante el invierno ya es un indicador del fracaso de la “guerra relámpago” porque, según Hitler y sus generales, los combates iban a terminar antes que llegara la temporada de bajas temperaturas.



Además, no olvidemos que 40 grados bajo cero tampoco es un ambiente natural para los rusos y que en el Ejército Rojo había muchos combatientes de otras Repúblicas de la URSS, incluyendo a las de Asia Central, donde hace menos frío que en Alemania, así que el argumento de que el clima extremo fue el factor decisivo no se sostiene. Las tropas alemanas llegaron tan cerca de Moscú que Hitler programó primero hacer una parada militar en la plaza Roja y luego, volar con potentes explosivos el Mausoleo de Lenin y el Kremlin, para lo cual ordenó crear un equipo de zapadores.


Mas, pese al tremendo empuje de los nazis, el Ejército Ruso resultó victorioso en la batalla de Moscú. Leningrado, cercado a partir de septiembre del 41, continuaba resistiendo; las tropas soviéticas reconquistaron la ciudad de Rostov en el Don, en el sur de Rusia. En los territorios ocupados se desarrollaba una implacable guerra de guerrillas de escala jamás vista. Total, quedó claro que la Unión Soviética no estaba liquidada como potencia militar.






Una alianza pragmática


El 1 de enero de 1942 Estados Unidos, Gran Bretaña, la URSS y otras 23 naciones firmaron la Declaración de las Naciones Unidas en la que se comprometían a no pactar por separado la paz con los países del Eje (Alemania, Japón e Italia). No fue una alianza a conciencia. Por ejemplo, Randolpf Churchill, hijo de Winston Churchill (1874-1965), que fue primer ministro de Gran Bretaña en los años de la II Guerra Mundial, dijo en una ocasión –y no fue un libretazo sino un criterio común entre los políticos occidentales– que la solución ideal para la guerra sería que “el último alemán matara al último ruso y cayera muerto a su lado”.


Por su parte Harry Truman (1884-1972), que en 1944 fue electo Vicepresidente de los Estados Unidos y en 1945, luego de la repentina muerte de Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), Primer Mandatario de este país, consideraba que si veían que ganaba Alemania debían apoyar a Rusia y si veían que ganaba Rusia, tenían que apoyar a Alemania, “dejando que se maten entre sí”.


“Tu centella, Stalingrado”


En verano de 1942 los alemanes emprendieron una nueva ofensiva. Esta vez su objetivo era el sur de la Unión Soviética: el Cáucaso y Stalingrado; lograron avanzar entre 500 y 650 kilómetros, acercándose al Volga, el río más ruso que hay. Stalingrado se convirtió en un campo de batalla más feroz; se luchaba por cada calle, cada casa, cada tramo de las escaleras... Las fábricas de industria pesada continuaban funcionando; una vez ensamblados, los tanques marchaban directo al combate.


El francotirador Vasili Záytzev (1915-1991) –años después convertido en una caricatura en la película Tras las líneas enemigas (2001) del director Jean-Jacques Annaud– dijo: “En la otra orilla del Volga no hay tierra para nosotros”, y esa fue la consigna. El 19 de noviembre empezó la ofensiva soviética; el 23 del mismo mes el Sexto Ejército alemán fue rodeado. La ciudad se volvió un caldero, donde el fuego enemigo, el hambre y el frío cocinaron a miles de personas. Las cifras de las pérdidas alemanas difieren pero todos coinciden en que fueron enormes, y enorme fue el impacto político y moral del triunfo de la URSS.


Pablo Neruda dijo, y miles repitieron: “Tu Patria de martillos y laureles, / la sangre sobre tu esplendor nevado, / la mirada de Stalin a la nieve / tejida con tu sangre, Stalingrado”... Aún no había terminado. En verano y otoño de 1943 tuvieron lugar otras enormes batallas: la de Kursk (5 de julio-23 de agosto, considerada la más grande batalla de tanques y aviones en la historia de la humanidad) y la de Dniéper (24 de agosto-23 de diciembre), compuesta de varias operaciones. El Ejército Rojo se nuevo se alzó con la victoria, y los nazis perdieron definitivamente la iniciativa de las operaciones estratégicas ofensivas.


Sin embargo, ese tampoco fue el final. En el transcurso de 1944 las tropas alemanas recibieron enormes cantidades de armamento de gran potencia y continuaban luchando con disciplina y abnegación. Pese a toda aquella resistencia, los soviéticos seguían avanzando, liberando un país tras otro...


El 6 de junio de 1944 los aliados occidentales de la URSS por fin abrieron el segundo frente; iniciando el desembarco en Normandía, Francia, lo que empeoró mucho la situación de Alemania. Pero Hitler era obstinado y mandó iniciar una potente contraofensiva, pretendiendo lograr un armisticio con el Occidente y volver a concentrar todas las fuerzas en el Frente Oriental. El 16 de diciembre comenzó la batalla de las Ardenas, Bélgica, y las cosas se pusieron color de hormiga para las tropas inglesas y norteamericanas. Los EE.UU. pidió apoyo a los rusos, y el 12-13 de enero de 1945 el Ejército Rojo empezó, una semana antes de lo previsto, su ofensiva en Polonia y Prusia Oriental. A los nazis no les quedaba más remedio que detener la ofensiva trasladando al Frente Oriental 7 divisiones. A la hora de hablar de sus triunfos durante la II Guerra Mundial, a los estadounidenses siempre se les olvida ese “pequeño detalle”...




En 1945 ambos frentes avanzaban sobre Alemania. El 16 de abril comenzó la batalla de Berlín, que duró hasta el 8 de mayo; el 25 del mismo mes el Ejército Rojo se encontró en el río Elba con las tropas norteamericanas... Los soldados sonreían y se abrazaban; los generales ¡quién sabe! La resistencia alemana fue tenaz hasta el último momento pero el 30 de abril los soviéticos llegaron hasta el centro de Berlín; Hitler se suicidó y el dos de mayo la capital del III Reich se rindió. El 8 de mayo el Alto Mando Alemán se rindió incondicionalmente a Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética. La Gran Guerra Patria terminó, por eso el Día de la Victoria se celebra el 8 de mayo... La II Guerra Mundial todavía continuó hasta septiembre, y la entrada de la URSS a la guerra contra Japón ha incidido en su decisión de rendirse. Así lo dijo el imperador Hirohito (1901-1989) en su discurso del 17 de agosto.


Las diferencias


Hay quienes afirman que la enorme cantidad de pérdidas humanas no era “tan necesaria”, que el sometimiento o la rendición hubieran permitido preservar vidas... Pero este argumento no resulta sostenible, incuso dejando de lado el patriotismo y el orgullo. Desde el inicio era, de parte de los nazis, una guerra de exterminio. El trato para los prisioneros de guerra soviéticos era muy distinto del reservado para los combatientes occidentales (no estamos hablando de guerrilleros, para ellos no había compasión) De 235 mil prisioneros ingleses y estadounidenses en los campos de concentración murieron 8.300 (3,5%). De 5.700 mil prisioneros de guerra soviéticos, en su mayoría rusos, perecieron 3.300 mil (57%). Los números gritan.


Otra “leyenda negra” sobre la Gran Guerra Patria es que el Ejército Rojo vencía enterrando a los nazis de entre los cadáveres de soldados soviéticos. Los estudios más recientes demuestran que la relación entre las pérdidas soviéticas y alemanas es de 1.3 contra 1. En los primeros meses de la conflagración las pérdidas soviéticas eran enormes, y, básicamente, el desequilibrio se debe a eso. Tres décimas no son poca cosa tratándose de vidas humanas pero queda demostrado que no hubo tal “enterramiento de entre cadáveres”.


La guerra no tiene rostro femenino pero durante la Guerra Patria en el Ejército Rojo sirvieron más de 800 mil mujeres; si caían prisioneras, les esperaba una muerte segura y feroz. Y no olvidemos a las guerrilleras: solo en Bielorrusia unas 60 mil mujeres tomaron parte en la guerrilla…


“La crueldad es una virtud…”




Hay una diferencia abismal entre el número de víctimas civiles en Alemania y en la URSS. Franz Halder (1884-1972), Jefe de Estado Mayor del Alto Mando del Ejército alemán desde 1938 hasta 1942 –que no era un nazi encarnizado– explicó las razones de esta diferencia con meridiana claridad en 1941: “Esa guerra será muy diferente de la guerra con el Occidente. En el Oriente la crueldad es una virtud en aras del futuro. Los oficiales deben sacrificarse y superar sus escrúpulos...”.

Una libreta de instrucciones elaborada especialmente para aleccionar a soldados alemanes instaba: “Tú no tienes corazón ni nervios, en la guerra ellos no se necesitan. Elimina de ti mismo la piedad y la compasión, mata a cualquier ruso, sea anciano o mujer, niña o niña. Mata, que con eso te salvarás a ti mismo, garantizarás el futuro de tu familia y te cubrirás de gloria imperecedera”.

Las instrucciones surtieron efecto: mataban por todo y por nada, y si bien los judíos eran el blanco principal las personas de otras nacionalidades no estaban a salvo. En Bielorrusia fueron reducidas a cenizas, junto con toda su población 629 aldeas. Uno de cada cuatro bielorrusos fue masacrado. Durante el bloqueo de Leningrado (8 de septiembre de 1941-27 de enero de 1944) murieron, a consecuencia del frío, hambre y fuego enemigo, más de 600 mil personas. Durante el período más duro aquellas personas que trabajaban recibían al día 250 gramos de pan, y las demás, apenas 125 gramos, “mezclados con fuego y sangre”. “Había que rendirse como se rindió París –dicen algunos ahora– eso hubiera salvado vidas”; sin embargo, los documentos del Estado Mayor alemán revelan que Leningado estaba condenada de antemano.

¡Recordar!

Hay un sinnúmero de testimonios sobre aquellas atrocidades cotidianas. Vera Nóvikova, que en 1941 tenía 13 años, recordaba: “A mi prima la colgaron. Su esposo era comandante de un destacamento guerrillero, y ella estaba embarazada. Alguien la delató a los alemanes, ellos vinieron. Reunieron a todos en la plaza. Ordenaron que nadie llorara. Allí había un árbol alto, acercaron al caballo… La prima estaba de pie sobre el trineo… Tenía una trenza larga… La pusieron la soga, ella sacó la trenza de debajo de la cuerda. Hicieron moverse el caballo, ella quedó colgada, meciéndose… Mujeres empezaron a gritar… Gritaban sin lágrimas, a mera voz. No se permitía llorar. Si quieres gritar, grita, pero no llores, no demuestres compasión… Mataron a aquellos que lloraban. Les dispararon a unas adolescentes de 16 ó 17 años porque ellas lloraban”.

Katia Susánina, de 15 años, escribió el 12 de marzo de 1943 a su padre desde el cautiverio fascista, con una tenaz esperanza que la misiva iba a llegar: “Papaíto, hoy he cumplido 15 años y si ahora me encontraras no reconocerías a tu hija. Estoy delgadísima, con los ojos hundidos, las trencitas me las han cortado a rape y tengo los brazos secos, parecen rastrillos. Cuando toso, echo sangre por la boca, me han destrozado los pulmones a fuerza de palizas. (…) Y ahora, papá, cuando me miro al espejo –el vestido roto, en andrajos, un número colgado del cuello, cual una criminal, y flaca como un esqueleto– mis ojos derraman amargas lágrimas. ¡Qué más da que haya cumplido 15 años! Y no le hago falta a nadie. Aquí hay mucha gente que no le hace falta a nadie. Vagan hambrientos, acosados por los mastines. Cada día se los llevan y los matan”.

M. Abdulin cuenta en su libro De Stalingrado al Dniéper recordó: “Entre los escombros del incendio vimos una figura femenina casi fantasmal que aparece de repente entre el humo. Al parecer, hace rato nos está esperando. Nos acercamos y los detenemos. La mujer está muy desnutrida pero se mantiene derecha. Su cabellera color ceniza le llega hasta la cintura e indica que es joven. Pero el resto parece pergamino pegado a los huesos. La nariz afilada como un pico, ojos hundidos y manos y pies delgados como palillos de fósforos hacen pensar en un ser venido del otro mundo. Nos da miedo preguntarle algo porque está apenas viva. Un soldado de mediana edad le da un vaso con agua. Ella toma el vasito entre sus delgados y temblorosos dedos y se lo bebe lentamente y con placer. Luego revolvió el vasito vacío y dijo silabeando: ‘Gra-cí-as pero llegaron tarde’. Al pronunciar estas palabras se derrumbó entre los brazos del soldado que estaba más cerca. Su cabeza cayó hacia atrás y los brazos colgaron como mangas vacías. Comprendimos que estaba muerta”.

¿Qué podemos hacer ahora por todas estas personas muertas a causa de la guerra, y por aquellas que salvaron al mundo de la peste parda del fascismo? Sólo recordarlas, con pasión y precisión, a través de los años, de los olvidos, de las mentiras… Recordarlas.

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