03 abril 2009

Dos tardes con Yevtushenko y una sin él

Helena Ramos

Viene Yevgueni Yevtushenko!”, me anunció hace varios meses la poeta Gloria Gabuardi, secretaria ejecutiva de la Fundación Festival Internacional de Poesía en Granada. El polifacético artista ruso había impresionado al público nica durante su visita a Nicaragua en los años 80, y Gloria se veía muy entusiasmada ante la perspectiva de verlo de nuevo por estos parajes. A mí también me animó la idea de escuchar en vivo a uno de los personajes más célebres y controvertidos de la literatura actual. En Rusia todos lo conocen, muchos lo admiran y no pocos lo detestan, por ser refractarios a su poética, el modo de ser o la trayectoria política, o a las tres cosas juntas.

Nacido en Siberia en 1932, en una familia de geólogos, Yevgueni empezó a escribir versos desde niño. Al parecer, su primera creación –que data de 1939– fue ésta: “Desperté por la mañana / y pensé: ‘¿Quién quiero ser?’. / Presto quise ser pirata, / barcos asaltar”. Probablemente, aquel deseo se debió a los libros de Stevenson, pero también refleja la natural acometida del autor, su avidez por la aventura. En una entrevista Yevtushenko se caracterizó a sí mismo como “un avezado Mowgli de la jungla socialista”; por cierto, el poeta, como los gatos, siempre cae parado. No tiene vocación de mártir sino de campeón y es, con todas sus osadías y extravagancias, un hombre práctico.

Suelen llamarlo “hijo del deshielo” –proceso de apertura política iniciado por Nikita Jruschov (1894-1971), político que dirigió la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas entre 1953 y 1964– pero Yevgueni se proclama uno de los “hacedores del deshielo”; y ha de tener razón porque sus poemas de aquella época, con la audacia e intensidad a voz en cuello, sacudían las conciencias y daban un impulso adicional a las reformas.

Del deshielo al estancamiento

Años después, cuando el deshielo ya se había convertido en zastoy (estancamiento) de la época de Leonid Brézhnev (1907-1982), mi tío abuelo Serguéi Kólobov me recitaba “Los herederos de Stalin”, impetuoso poema de Yevtushenko escrito en 1962. Si bien en su tiempo fue publicado en la primera plana del diario Pravda por órdenes del propio Jruschov, luego quedó varado en el limbo del mutismo porque aludía a hechos incómodos –las represiones, el nefasto “culto de la personalidad”, el retiro del cuerpo embalsamado de Stalin del mausoleo en la Plaza Roja– sobre los cuales la historia oficial prefería no pronunciarse.

Recuerdo la voz marcial del abuelo declamando: “Guarda silencio el mármol. Relumbra silencioso el vidrio...”; el poema dice “guardaba... relumbraba”, pero él siempre leía esa línea en presente, y un breve helor me recorría la piel...

Jamás coincidí con Yevtushenko en un evento mientras viví en la URSS y, claro, tenía ganas de conocerlo. El festival brindaba una excelente ocasión; además, la Asociación para la Promoción del Habla y la Cultura Rusa en Nicaragua, conocida como Rusánica, tuvo la idea de invitar al poeta a una lectura aparte.

Full color

Nos comunicamos con el poeta por correo electrónico, sin obtener una respuesta definitiva porque, según respondió Yevgueni, su agenda dependía de los organizadores del festival.

De todos modos, estábamos decididos a organizar el recital y, con el objetivo de definir los detalles, tres integrantes de la directiva de Rusánica –Natalia Popova, Irina Pérez Zeledón y yo– fuimos el 18 de febrero al aeropuerto a recibir al poeta. Alguien nos comentó que lo íbamos a reconocer por su indumentaria extravagante y, en efecto, divisamos en la puerta a un hombre de estatura imponente, vestido de pantalón azul marino, saco bordado en azul y dorado y gorra floreada.

La verdad sea dicha, no pudo contener la risa pero acto seguido me advertí a mí misma: “Alto allí; ¿acaso es obligatorio restringir la gama de las ropas masculinas ortodoxas a unos cuantos tonos parcos? Te gusta andar como un arriate, y la policromía no es un patrimonio de mujeres”.

A Yevtushenko ya le han preguntado sobre su insólita guardarropa, y en una ocasión respondió así: “No estoy imitando a nadie, simplemente no me gusta ver en la calle a las personas vestidas de la misma manera. Incluso hago yo mismo, como diseñador, dibujos para el corte de mis camisas, escojo telas que nadie más lleve. Toda mi infancia anduve vestido de vátnik –una especie de chaqueta con relleno de algodones, abrigadora pero nada elegante–, del mismo tipo que llevaban los presos del GULAG. Siempre eran colores oscuros, negros. Hoy es un arco iris de matices que no me han sido dados en mi infancia”.

“Poeta que es un espectáculo”

La plática en el aeropuerto fue rápida: el poeta había perdido la conexión de su vuelo y, en vez de llegar a mediodía, arribó a Nicaragua las 9:30 de la noche. Aún así, se veía admirablemente vigoroso a sus casi 77 años, al grado de hacer olvidar su edad. Y sus legendarios ojos azules en realidad son inolvidables, con su luminosidad de aguas primaverales en un día de sol.

En breve nos despedimos creyendo que el asunto del recital estaba arreglado. Empero estábamos en un error. Se produjo un cortocircuito de comunicación y el 19 de febrero hubo un lapso de incertidumbre en cuanto a la llegada de Yevtushenko al recital, lo cual hubiera sido grave porque el salón del Instituto de Historia de Nicaragua y Centroamérica de la UCA estaba lleno y la concurrencia, animadísima y expectante.

A la hora prevista, Yevgueni entró, llenó el recinto con su presencia y enseguida estableció contacto con el auditorio. Debido a esa capacidad suya de saber manejar el público, algunos lo llaman, no sin ironía, showman, pero me cuadra más la definición hecha por el escritor salvadoreño Manlio Argueta: “Un poeta que es un espectáculo”.

Lectura formidable

En primer lugar, Yevtushenko quiso saber cuántas personas entre la concurrencia hablaban ruso, español o ambos idiomas. Muy pocas –quizá una decena– no dominaban en absoluto la lengua de Pushkin; empero no quiso marginarlas y decidió que él iba a leer sus poemas en ruso y alguien del público, en español. Sugirieron que fuese yo; al inicio Yevgueni se mostró un tanto escéptico y comentó que para sentir como propio un idioma no natal había que ser Vladímir Nabókov... “No soy Nabókov pero soy buena... Soy algo como Elsa Triolet”, repliqué. Yevtushenko dijo: “Vaya, qué humilde”, pero terminó admitiéndome en calidad de leedora. El texto escogido fue “Duerme, amada mía”, de 1964, que cuando chavala no sólo leí sino también canturreé porque fue musicalizado por el compositor soviético David Tujmánov.

Después el poeta recitó los mismos versos en ruso, confirmando por milésima vez sus dones de actor, pues lo suyo va mucho más allá de una buena declamación; es una actuación completa, capaz de encandilar. Yevtushenko es muy versátil: posee vis cómica, vis dramática y vis lírica...

El Che, Neruda, etcétera...

También recitó el único poema que había escrito en español. Versa sobre el Che Guevara –a quien el autor conoció en La Habana en 1961– y fue compuesto después de la visita a La Higuera en 1970, apenas tres años después de la muerte del guerrillero. “No fue nada fácil llegar hasta allí –recordó Yevgueni–. Durante varios días nadie quería darnos caballos, de esos resistentes que pueden transitar por los senderos de la montaña, y esa era la única forma de hacer el viaje... A los campesinos no les gustaban los periodistas, porque en sus reportajes decían cosas malas, como, por ejemplo, que aquellos campesinos traicionaron al Che... Entonces, nos quedamos en una cantina a esperar, a beber y a leer poesía... La gente nos escuchó recitar; cuando se percataron de que éramos poetas ¡nos dieron los caballos!”.

Y luego, Yevtushenko compuso aquel poema que finaliza con las líneas “a la izquierda, siempre a la izquierda, pero no a la izquierda de nuestro corazón”. “Cuando lo leí a Pablo Neruda, al inicio no quiso creer que lo escribí solo. ‘Me ayudó un poco Alí Chumacero –le dije– pero sólo en lo de la puntuación’”, comentó el poeta.

Las intervenciones y pláticas de Yevgueni siempre están llenas de alusiones a celebridades con quienes él había departido y compartido. Me sentí tentada a ironizar al respecto pero volví a decirme: “Alto allí; demasiada gente pasa por humilde sólo porque no tiene de qué presumir.. Al poeta le gusta ostentar, ni modo... Se ufana de cosas que sí valen la pena...’”.

Miscelánea política

Yevtushenko es antistalinista y antinazi a punto fijo; proclamó que las únicas personas que mataría si tuviera la posibilidad de hacerlo son Stalin y Hitler. “¿Y a Pinochet?”, pregunté pero él rehusó continuar con la desiderata de magnicidios.

Detesta a los políticos actuales rusos porque, a su criterio, “han engañado al pueblo y son unas prostitutas”. “No hay que insultar a las putas”, repliqué; entusiasmado me estrechó la mano diciendo en español: “Podemos ser amigos”.

Considera que precisamente los políticos le negaron a la Unión Soviética “la oportunidad de convertirse en un estado basado en el respeto a los derechos humanos, a la dignidad humana... De hecho, un pequeño grupo de políticos, con Borís Yeltzin a la cabeza, destruyeron la Unión Soviética sólo porque querían acabar con Mijaíl Gorbachev. Se trataba de una venganza personal”.

Indignación

Lo que más le indigna a Yevtushenko en los políticos rusos de la década de los 90 fue su desprecio por la gente, incluso por personas con grandes méritos ante la Patria. De eso –entre otros temas– habla su poema “Pasajero Nikanórov”:

...¿Quizás desesperadamente abatido,

él, un antiguo veterano,

un héroe de una guerra inheroica,

protestando contra una nueva guerra,

él, casi transparente, después de las huelgas de hambre,

ha sido olvidado por la querida patria?

¿Quizás en algún lugar desesperado

en un secreto y oscuro rincón,

se colgó, ahora no se columpia más,

en un tenso cinturón de soldado?

Escribió el poema al saber que varios veteranos de guerra se han suicidado porque por varios meses el Estado dejó de pagarles sus exiguas pensiones. Para ellos, las opciones fueron escasas: morirse de hambre, pedir limosna o cometer suicidio...

“Ni en los tiempos de Stalin”

Otro fenómeno social que indigna a Yevtushenko es la creciente xenofobia. “Estuve en el Perú en 1970, cuando el terremoto en la región de Ancash, y vi el trabajo de los médicos soviéticos; incluso estaban operando a la luz de las velas para salvar a los heridos... Años después, vi las fotografías de esos doctores en las casas más pobres junto a las imágenes de los santos... Desde aquellos tiempos, los campesinos de los pueblitos más remotos y pobres de aquella zona cada año hacen una recolecta para enviar a sus hijos a estudiar Medicina a Rusia... Recientemente algunos de esos jóvenes fueron asesinados por los ‘cabezas rapadas’ porque eran morenos... ¡Eso es una vergüenza, es indignante! ¡Cosas así no ocurrían ni en los tiempos de Stalin!”.

Yevtushenko está lleno de planes, entre los cuales sobresale la edición de una ciclópea antología Diez siglos de poesía rusa, que tendrá tres tomos de unas mil 500 páginas cada uno e incluirá a cerca de 700 poetas. Además de la literatura, Yevgueni se dedica al cine; ya hizo dos películas, Kindergarten (1983) y Los funerales de Stalin (1990), y quiere filmar la tercera en Chile, llevando a la pantalla su propio poema Una paloma en Santiago, publicado en 1978...

Bien podría seguir narrando pero no hay que sobrecargar a los lectores. Total, el recital produjo –al menos, en mí– una impresión fuerte, contradictoria y dialéctica...

Resumidamente

Esperaba encontrarme con Yevtushenko de nuevo el 21 de febrero, día de la clausura del festival, pero él ya partió rumbo a los Estados Unidos porque actualmente imparte clases en la Universidad de Tulsa, en el estado de Oklahoma.

El poeta dejó conmovidos a varios colegas nicas. Incluso Marta Leonor González –fuerte e irónica, que no se impresiona fácilmente– aludió en una plática a los por cierto memorables ojos azules de Yevgueni...

Por supuesto, no pude conocer a todos los escritores que asistieron al multitudinario evento, y apenas pude escuchar a algunos durante las lecturas de clausura. Pero si me pongo a describirlo, el artículo será demasiado extenso. Mejor termino parafraseando una antigua fórmula de proclamación de reyes: el festival se acabó, ¡viva el festival!

(Tomado de 7 Días)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola Señor Carlos Perez Zeledon,, con mucha nostalgia he estado observando las fotos de esta pagina... Me llamo Irina Makarova y vivi varios años en Nicaragua, en las fotos he visto a una buena amiga mia con la que he perdido contacto, ella esta en la seccion Fotografías de la velada con Evgenij Evtushenko, la muchacha que toca el piano de nombre Natasha, quisiera su colaboracion para volverla a contactar.. Mi correo es: irina.makarova@gmail.com
Muchas gracias de antemano,, Saludos
Irina

Carlos A. Pérez Zeledón dijo...

Disculpe que hasta ahora noto su comentario, estoy pasándole el dato a su amiga, gracias.